miércoles, 14 de marzo de 2012

ANTRÓPOLIS MAGNA

Un adelanto de la colección de cuentos próxima a publicarse


EL CIRCO RARO DEL PROFESOR BERENJENA

 

El presente texto es parte del Apéndice del libro Locos Sagrados del Continente, de Curtiell Ramos (Editorial Calisto, Antrópolis, 10957). Ramos, que es sociólogo diplomado en la UNAM, emprendió en 10953 una larga expedición en busca de lo que él denomina “motores silenciosos de la sociedad”: personas completamente aisladas o con una interacción limitada con el resto del mundo, con conductas extrañas (y apariencias a veces más extrañas aún), pero que de alguna forma inspiran a su entorno social y, en algunos casos, cuando llegan a tener una resonancia especial como en esta oportunidad, a todo el planeta.

 

Juro que su apellido era Berenjena. Pude ver su documento de identidad cuando lo visité. Estaba descuidadamente mezclado con otros papeles, también viejos y sucios, sobre una mesa cercana. Su nombre completo era Raymond Allen Berenjena, y su nacimiento había sido inscripto en el Registro Civil de Buena Antonia, una pequeña población al borde del Bosque de los Fiordos del Oeste de Antrópolis Magna, en 10899. Es decir que cuando lo conocí tenía cerca de 55 años.

 

En mi búsqueda de motores sociales silenciosos, di con Berenjena a través de una amiga que había conocido en una posada de las Montañas Mensuales, a unos pocos cientos de kilómetros del Bosque de los Fiordos. Ella, Elizabeth, venía de recorrer esa región, preparando una compilación de fotografías de pueblos tillung, tan típicos allí. Elizabeth me comentó que había pasado por cierta casa en un villorrio humano, Buena Antonia, y que esa casa le llamó la atención por no tener ventanas, aunque sí un cartel que decía “Circo del Profesor Berenjena – Entre Sin Llamar”. No le atrajo la idea de entrar a una casa de esas características, pero le sacó varias fotografías (que me mostró y estaban realmente buenas), lo cual me ayudó posteriormente a encontrar la casa.

A la mañana siguiente partí para Buena Antonia disfrutando de un paisaje que era una maravilla tras otra: las montañas del amanecer dieron lugar a extensos campos de pasturas, donde medraba el ganado de pelo largo y marrón. Antes del almuerzo los campos habían sido dejados atrás y ya comenzaban a verse los primeros manchones de árboles, no pocos de ellos cobijando una encantadora casa tillung, hecha de adobe rojizo y siempre con humo saliendo de su chimenea. Cuando el sol anunciaba la hora del té, llegué a Buena Antonia, donde pude hospedarme en la habitación de huéspedes de una familia, ya que no hay posadas ni hoteles allí. Me pareció prudente descansar y comenzar mi tarea a la mañana siguiente. Una buena cena y una cerveza del país hicieron su tarea bienhechora, y dormí profundamente y sin sueños.

 

Eran los primeros días del invierno de 10954, lo cual en Antrópolis Magna significa frío, mucho frío, y particularmente en el rocoso Bosque de los Fiordos es una nevada tras otra. A la mañana me trajeron un espléndido desayuno, y apenas pude tomarlo, viendo cómo los copos, grandes y de gran consistencia, caían suavemente. Afortunadamente no necesitaba utilizar mi vehículo, que había quedado guardado en un granero, pues el Circo Raro del Profesor Berenjena quedaba a menos de trescientos metros de distancia. Sin embargo, hice uso de un buen par de raquetas de nieve que llevaba, pues esa primera nevada ya había alcanzado los cincuenta centímetros durante la noche.

Buena Antonia no está organizada en manzanas, ni hay calles propiamente dichas que la dividan. Las construcciones, unas cien, tienen en general forma cónica: salvo la Delegación Municipal, el Circo Raro del Profesor Berenjena y dos o tres residencias, todas cúbicas, el cono es la forma que más ha inspirado a los arquitectos de la zona. Tal es la caótica distribución de los edificios, que los lugareños, cuando uno pregunta por uno determinado, orientan al viajero con el paisaje que se ve hacia los confines. Por ejemplo: ¿Busca usted la Delegación Municipal? Camine en dirección a aquella montaña y la encontrará. En el frente tiene un cartel. ¿Quiere ir al Circo Raro del Profesor Berenjena? No deje esta zona de ripio, siga caminando en dirección a aquella cascada que se ve a lo lejos.

Afortunadamente los alrededores de Buena Antonia eran elevados, y el poblado quedaba en consecuencia como en el fondo de una sartén. Así, uno siempre podía orientarse.

De esta forma llegué al fin al cubo que ocupaba el Circo Raro del Profesor Berenjena. Tal como había visto en las fotografías de Elizabeth, la casa no tenía ventanas por ninguno de sus costados, pero tampoco tenía una puerta visible para ingresar. Tal abertura (no muy grande tampoco) se encontraba tras un muro bajo, que dejaba bastante poco lugar para acceder a la puerta, que daba a una especie de cabina, grande como el interior de un ascensor, en la que había tres puertas. En cada una de ellas, un cartel de chapa vieja, mal pintado y ya con la pintura saltando por el óxido, que decía Entrada y Salida. Usted Elige. En ese momento recordé una frase de mis primeras lecciones de griego, cuya traducción era el mejor camino es el del medio. Una frase con tantos ecos, hasta del Budismo, me convenció en el acto y, luego de golpear discretamente (por hábito), entré por la puerta media.

Me sorprendió que esa puerta diera a un habitáculo circular, enorme, casi tan grande como lo que yo calculaba que sería la construcción entera. Sin embargo, revisé bien y no había rastro alguno de las otras dos puertas de entrada. Sabía que a algunos arquitectos les gustan las figuras imposibles, pero esto ya pasaba de castaño oscuro

El caso es que este ambiente estaba en semipenumbras. Piso negro, de lo que parecía basalto, cortinas negras sobre paredes pintadas de negro; techo pintado de negro. Cuatro o cinco luces dicroicas, pequeñas, permitían ver algo. No me pareció nada atractivo, pero caminé hacia el centro del círculo. Allí quedé iluminado por una de las luces cenitales. El silencio era perfecto; me recordó una visita que hice a la Biblioteca de la ciudad de R. A mis espaldas se abrió la puerta por la que yo había entrado, y apareció un personaje que ya había pasado la medianía. Yo estaba muy abrigado, ya que venía de los -12º C que había afuera: este hombre vestía un simple traje de lino amarillento (y bastante manchado), una camisa de indescifrable color entre gris, lila y celeste, y una delgada corbata deshilachada de color morado. Tanto la camisa como la corbata llevaban finas líneas de colores al tono. Eso era todo el rastro de elegancia que podía pedírsele a este personaje. Estaba calzado con mocasines marrones que parecían tener su misma edad, y unos calcetines de algodón del mismo color que la camisa, que estaban caídos. Su grueso cabello lacio gris estaba peinado, aunque sin mucho éxito, con una raya a la izquierda. Su piel blanca y ojerosa estaba evidentemente oscurecida por la nicotina y el insomnio.

Entró como una tromba, no como alguien enojado, sino como alguien que llega tarde al trabajo. Tenía un cigarrillo encendido entre los dedos, y gastaba gafas cuadradas de mucho aumento, con marco de plástico marrón oscuro. Se le notaba muy miope. Me tendió la mano.

 

—Encantado, Berenjena, señor…

—Ramos. Curtiell Ramos. Mucho gusto.

—Ah, Ramos, Ramos. Apellido español, como el mío. Bueno, mi madre era de la comunidad polaca. Woźnak. ¿La suya?

—Portuguesa. Borges Caravalho.

—Ah, qué bien, qué bien. Bueno, usted vino a conocer mi Circo, no le haré perder el tiempo. Pase por aquí.

 

Se acercó a un sector de la pared circular y, como por arte de magia, un bloque de mampostería del tamaño de una puerta pequeña se abrió silenciosamente. Me hizo seña para que lo siguiera con un ademán que me pareció de demasiada confianza. El hombre hablaba casi en un susurro, como si estuviera haciendo una propuesta ilegal, o una amenaza. Al hablar, bajaba el mentón ligeramente, por lo que su mirada se volvía algo torva.

Lo acompañé, sin embargo, y recorrimos un estrecho pasadizo, iluminado con una turbia luz azul, que acompañaba la circularidad de la pared del hall de la entrada. Dicho sea de paso, caminamos bastante, por lo que bien podríamos haber dado la vuelta un par de veces al círculo. Mis pies registraban que el piso siempre estaba a nivel, sin posibilidad de que fuera una rampa. Sin embargo, llegamos a un lugar donde había una puerta de madera muy grande, de dos hojas con molduras, pintada de blanco, con grandes marcos. Parecía tener no menos de cien años. El Profesor Berenjena abrió la gran puerta y me invitó a pasar, esta vez con cierto estilo. Pasamos a un gabinete que, comparado con lo que uno esperaba al ver la puerta, era una decepción de tamaño. Así y todo tenía una buena mesa de servicio, que como comenté al principio estaba colmada de papeles y objetos inclasificables, y un par de sillones de cuero, donde nos sentamos con la mesa por medio.

El Profesor Berenjena me ofreció cigarrillos y whisky, que no acepté, pero él, con gesto condescendiente, encendió un nuevo pitillo y se sirvió una generosa medida de single malt. Así fue que, mientras él se servía la bebida, pude mirar discretamente su documento de identidad, que estaba tirado sobre la mesa, ahogado entre una montaña de papeles y cosas.

 

—Usted viene de lejos, ¿verdad? Nunca lo había visto por aquí –me preguntó.

—Ciertamente. Hace un tiempo que estoy viajando, buscando material para un libro que estoy escribiendo. Soy sociólogo.

—Ah, qué bien, qué bien. Uno de mis hermanos es sociólogo. Vive en Pleópolis.

—Disculpe usted, Profesor, pero veo que su Circo Raro no está funcionando. No quiero hacerle perder el tiempo.

—Al contrario, mi amigo. Está funcionando a pleno y ahora va a verlo con sus propios ojos. Sin embargo, yo debo guiarlo, si no le molesta.

—Por supuesto, no me molesta, pero… ¿Y si llega a venir otro visitante?

—No se preocupe, el próximo visitante vendrá un rato después de que usted se haya ido. Siempre pasa así.

 

Esa frase me dejó con más vértigo del que la extraña construcción y su no menos extraño dueño me habían provocado.

Como fuera, otra puerta nos condujo al Circo Raro del Profesor Berenjena, propiamente dicho.

 

El Hombre Sin Amigos

 

Yo esperaba ver un circo de pulgas, una mujer barbuda, un forzudo que levantara un escritorio en vilo. Pero nunca imaginé esto.

Pasamos a un salón amplio, muy ancho, pero larguísimo. Ya las proporciones del cubo que había visto desde afuera se habían disparado antes de entrar aquí; ahora el vértigo era mayúsculo y pensé que estaba en un lugar de verdadera magia. Al trasponer la puerta, a la izquierda, un banner anunciaba a “El Hombre Sin Amigos”, un personaje sentado a una mesa redonda, una típica mesa de cafetería, en la que había efectivamente un pocillo de espresso, y un cenicero con varias colillas. Lo notable era la cantidad de sillas vacías que había alrededor de la mesa, no menos de ocho o nueve. El hombre, vestido de gris oscuro con un abrigo del mismo color, innecesario en el ambiente templado (yo mismo me había quitado el abrigo, los guantes y el gorro de lana; las raquetas ya estaban en mi mochila), tenía un cabello negro, semicorto y aceitoso, llovido sobre la frente, y barba de una semana. Parecía entre triste y resignado. Modelaba amargamente la brasa de su cigarrillo en el metal del viejo cenicero que tenía moldeada la publicidad de cierto aperitivo, con ojos entrecerrados que masticaban pena. De pronto, levantó la vista, me miró fijo y me preguntó:

—¿Es usted mi amigo?

—No creo conocerlo, señor –le contesté.

—¿Ve usted? Nadie quiere ser mi amigo. Nadie… –chistó negando con la cabeza, dio una profunda fumada a su Gauloise y volvió a encerrarse en sí mismo.

 

El Vago de Estocolmo

 

Un afiche barato, pegado sobre la pared, anunciaba nuestra llegada al puesto del Vago de Estocolmo. Un hombre joven de entre 35 y 40 años de edad, que bebía cerveza tan barata como su afiche, estaba sentado en el bordillo de una ventana expresamente instalada para su puesto. Con él estaban una chica y un muchacho un poco más jóvenes, que también bebían y fumaban, hablaban tonterías y se reían permanentemente de las tonterías que decían; pero de alguna manera se notaba que era personajes secundarios.

 

—Eh, amigo, ¡dame una moneda para una cerveza! –me dijo, abriendo sus brazos de forma exagerada, como dándome la bienvenida en un aeropuerto. Quizá sería por el alcohol.

—Pero tú no tienes ni el acento de Estocolmo. Ni siquiera pareces de la comunidad sueca. Más bien diría que eres de la comunidad de algún país ecuatorial de la Tierra.

—Oooooohhhh no hagas caso a las apariencias, amigo. Yo soy de Estocolmo. Mira.

De su bolsillo extrajo lo que yo pensé que sería una navaja, pero resultó ser simplemente un control remoto. Apretó un botón y de algún lugar, comenzó a proyectarse sobre la pared opuesta un video de una claridad notable. En el film se veía un niño de unos 7 u 8 años de edad, con pantalones cortos, abrigo y una gorra, de la mano de una señora de piel muy blanca comparada con la del pequeño, más trigueña. Los dos, sonriendo, saludaban con la mano a la cámara. En un momento observé el edificio que había detrás de ellos. Bajo el frontón triangular del edificio color ocre, las palabras Svenska Akademien dejaban poco lugar a dudas de que la señora y el niño estaban frente al Museo del Premio Nobel de Estocolmo. Me fijé mejor cuando volvieron a ser enfocados, y observé que el niño mostraba la misma cicatriz sobre una ceja que ostentaba el Vago. Luego me di cuenta de que ambos compartían los mismos rasgos.

 

—Sí, eres tú. Muy bien, parece que te fuiste muy joven de Estocolmo. Pero… ¿Cómo hiciste para conservarte joven desde la época del Arribo a Géminis? Eso fue hace cientos de años.

—¡Aaaaaaahhhhh, ja ja ja ja…! Alguien que olvidó desenchufar mi criogenizador… ¡Y luego, mucha cerveza! ¡Aaaaaahhh, ja ja ja ja!

—¡Aaaaaahhhh, ja ja ja ja! –repitieron a coro los otros dos.

 

El Vago, repentinamente sobrio y serio, me repitió:

 

—No hagas caso a las apariencias.

 

 

El Pez Fuera del Agua

 

Un caso que yo diría dramático en el Circo Raro del Profesor Berenjena, era el del Pez Fuera del Agua. Se trataba de un salmón de grandes dimensiones, que se encontraba a orillas de un estanque artificial. Éste recibía abundante agua fresca de una suerte de acequia que provenía de algún lugar del otro lado de la pared. Sin embargo, pese al rumor tentador del agua cristalina, las redondas piedras del fondo y de los suculentos pececillos que nadaban en el líquido, el salmón se quedaba mirando, sin hacer otra cosa que comer semillas de girasol.

 

—¿Por qué no se sumerge en el agua y vive como debe vivir un salmón? ¿Cómo no se muere fuera de su ambiente?

—Qué puedo decirle, señor Ramos. Le encantan las semillas de girasol. Todo un presupuesto para el Circo.

 

La Despedida

 

Al llegar a la mitad de ese salón descomunal, vi dos grandes arcadas de arco semicircular, enfrentadas, que daban a la oscuridad más cerrada que hubiese conocido jamás. Pero grande fue mi sorpresa cuando vi que en el piso, uniendo las arcadas, corrían las vías de un tren. Esto ya era demasiado para mi mente y sentí un mareo. El Profesor se había detenido ante las vías y, con las manos cruzadas, me miraba con cierta indiferencia. No obstante, alguien se acercó y advirtiendo mi malestar, me dio aire con un periódico que llevaba.

Era un hombre de unos cincuenta años, vestido de traje e impermeable, con sombrero, un bigote fino y rostro fofo de ojos pequeños.

 —¿Se siente usted bien? Está muy pálido.

—Sí, gracias, ya me siento mejor. Fue sólo un vahído.

—Oh, caramba, no me extraña. Estos son días difíciles, ¿verdad?

—No entiendo. ¿Por qué lo dice usted?

—La maldita guerra, amigo. La maldita guerra. Ahora vienen mi hija y mi nieto a despedir a mi yerno, que ha sido reclutado. Oh, aquí vienen ellos. –Diciendo esto, me dio distraídamente el periódico, en cuya primera plana había impresa la palabra GUERRE! con letras de molde. El periódico era la publicación local de un pueblo francés de la Tierra, y estaba fechado en 1939. Ya había leído en la escuela la historia de la Segunda Guerra Mundial, pero esto me parecía totalmente inaudito. Interrumpió mi lectura la llegada de la Hija con su Niño.

—¿Ha llegado ya el tren? ¿Falta mucho? –dijo la Hija.

—No lo sé, querida. Pero esperaremos lo que haya que esperar.

 De pronto, un estruendo colmó el lugar. Iluminando la oscuridad como el fuego de un dragón, vi la luz de una locomotora a carbón que se aproximaba desde fuera de la arcada que estaba a mi derecha. El Profesor Berenjena me hizo señas de que me alejase de las vías.

La locomotora pasó de largo, como así también la vagoneta del carbón y unos cuatro o cinco vagones cargados con soldados bien equipados y uniformados. Todos tenían un rostro apesadumbrado y nos miraban con cierto recelo.

Al fin, el tren se detuvo y, desde una de las ventanillas del único vagón que quedaba a la vista, se asomó por la mitad el cuerpo de un hombre de unos treinta o treinta y cinco años. Llevaba el uniforme francés de campaña, con un buen abrigo cuyas mangas casi ocultaban sus manos delgadas. Su rostro tenía una gran flacura, interrumpida solamente por un tremendo bigote oscuro. La Hija le tendió al Niño, de unos tres o cuatro años, para que el Marido lo alzase. Lo abrazó y besó tiernamente, mientras sus compañeros le palmeaban el hombro y el casco, dándole palabras de aliento. Al fin, el Marido devolvió al Niño a los brazos de su madre, con lágrimas en los ojos. Diríase que ya había perdido toda esperanza de regresar del frente.

La Hija pasó al Niño a la mano de su abuelo, y fue a tomar de las manos a su esposo. Le dio su propia cruz colgante como recuerdo, una fotografía y un paquete con comida. La verdad es que la Hija se comportó con gran entereza, todo hay que decirlo. El Marido no paraba de hablarle de los grandes proyectos que tenía para la familia, para cuando regresara de la guerra. Cuando el tren emitió un sonoro pitido anunciando su partida, y ya poniéndose en marcha, el Marido me miró fijamente y me dijo:

 

—¡Cuídelos usted por mí, monsieur! ¡Se lo pide un patriota!

 

    Miré con la sorpresa del caso al Profesor Berenjena, quien filosóficamente levantó sus hombros y sus cejas gruesas, mostrando las palmas de sus manos. Mientras tanto, desde las ventanillas se escuchaban cientos de voces viriles entonando La Marseillaise.

La Hija, mientras los vagones pasaban con creciente velocidad, sollozaba hundiendo su nariz en un delicado pañuelo de batista de algodón, con ribetes primorosamente bordados. El Niño, abrazado a una de sus piernas, embutidas en una pollera de tubo, compartía su angustia. De pronto sentí dos manazas que me tomaban de los hombros.

 —Caballero, sé que se le ha encomendado una tarea poco fácil. Tal vez yo no pueda acompañarlo durante todo el camino, pero trataré de aliviarle la tarea todo lo posible. Por favor, acepte usted esta ayuda que le da un padre y un abuelo agradecido.

 

Diciendo esto, extrajo del interior de su chaqueta una bolsa, grande como un durazno. No me explico cómo podía cargar con eso. La bolsa era de terciopelo rojo. Cuando me la entregó, el tintineo que de ella salía me avisaba que se trataba de monedas. “Bueno –me dije–, ¿deberemos cargar con monedas falsas con, seguramente, publicidad del Circo Raro del Profesor Berenjena?”

Fue una buena oportunidad para cerrar mi boca. Cuando abrí la bolsa, descubrí no menos de cincuenta o sesenta monedas de 20 francos de oro de 1876. Y sí eran de oro. Mi tío Oswaldo había sido joyero y yo conocía bien el aspecto del oro puro, su “olor”, por así decirlo.

Miré nuevamente al Profesor Berenjena, ya totalmente asustado, a lo que él me respondió con el mismo gesto de resignación deportiva:

 —Mire, señor, yo le agradezco la confianza, pero…

—Oh, por favor, monsieur, ¡tenga usted piedad de una pobre viuda y de un huérfano! –La Hija vino rápidamente hacia mí y apoyó sus manos, que aún arrugaban el húmedo pañuelo, sobre mi pecho.

S'il vous plait, monsieur! –repitió el Niño, abrazando ahora mis piernas, casi hasta hacerme perder el equilibrio.

Fue en ese momento en que me di cuenta de algo que ya rondaba el carácter de monstruoso: Toda esta escena estaba en “blanco y negro”, como si fuera una película de esa época. Sólo el Profesor Berenjena y yo aparecíamos “en color”.

—Esto es imposible. No lo entiendo. Disculpe, Profesor, pero quisiera irme.

—¡Un momento, señor! –exclamó el Padre. —Usted ha contraído una grave responsabilidad para con esta familia y ante el pedido de un patriota que ofrendará su vida por la gloria y el honor de Francia.

—¡Ay! ¡No nos abandones, mon chéri! ¡Seré la compañera perfecta! ¡Este infante será tu orgullo! ¡Mi padre será el tuyo!

 

Y así fue como vino el desmayo.

Me reanimaron con un vaso de agua Perrier unos enfermeros vestidos a la antigua usanza. Todavía no se había disipado del todo el humo de la locomotora. Extrañamente, ya todos se veían con los colores normales de la vida. La Hija, sin embargo, llevaba un velo y estaba vestida de negro, y tanto el Padre como el Niño llevaban un luto en su manga izquierda.

 

—Oh… No me digan que…

 

La Hija, transfigurada por el dolor, me extendió una nota firmada por el General de Gaulle, donde certificaba que el Marido había entregado su vida a la Patria.

 

—Lo siento mucho.

—No es tiempo de lamentarse, sino de seguir –dijo el Padre. —Vayámonos pronto de aquí, amigo mío.

—¿Dónde está el Profesor Berenjena?

 —Está en una reunión con enviados de las fuerzas aliadas. Temen que los boches ingresen a este lugar.

—Esto es un manicomio.

—El mundo es un manicomio, ¿no se ha dado usted cuenta todavía? –terció la Hija.

—Es cierto, no puedo negarlo. Por eso nos fuimos de la Tierra y terminamos en Géminis.

—¿De qué hablas, mon amour? –preguntó la hija, adelantando un poco los trámites.

—De nada, de nada, no tiene importancia. Luego les contaré.

 

Nos abrimos paso en medio de una confusión grande, y pudimos seguir adelante para salir de las instalaciones. Otros integrantes del Circo Raro del Profesor Berenjena, que aún yo no había conocido, armaban barricadas para protegerse de la inminente invasión enemiga. El único que estaba ajeno a la situación era el Pez Fuera del Agua, que seguía comiendo semillas de girasol.

El Padre logró encontrar la puerta de salida al gabinete, y de ahí al estrecho pasillo circular. El Niño expresó su comprensible miedo en ese estrecho y oscuro ambiente, pero el Padre nos instó a todos a tener valor, para lo cual nos invitó a entonar La Marseillaise. Ciertamente, ese vibrante himno nos templó el corazón y nos entibió el pecho. Dimos en sentido contrario el par de vueltas que habíamos dado al principio con el Profesor Berenjena, y muy pronto aparecimos en el hall negro de la entrada. No nos demoramos un instante en atravesar la puerta, pero antes de salir, extraje de mi mochila todo el abrigo que tenía y lo repartí entre la Madre y el Niño. Las raquetas se las di a la mujer, que llevaba zapatos de tacón. Se los saqué y le puse dos pares de medias de abrigo (siempre hay que llevar repuestos, por si las que uno lleva se mojan).

Al salir, un tibio aire de primavera nos bañó con el sol de una mañana llena de pájaros, mariposas y abejas. Las flores llenaban el aire con un balsámico perfume. No es necesario decir que me desmayé otra vez, aunque por menos tiempo.

 —Vayamos a la posada donde me hospedaba. Tal vez me recuerden –dije. Se notaba que mis compañeros nunca habían estado en ese lugar: marchaban silenciosos y mirando para todos los costados.

—Miren bien para todos lados. Puede haber alemanes aquí –dijo el Padre.

—Aquí no hay alemanes, señor. Ni hay guerra. Estamos en otro mundo –y les conté brevemente nuestra llegada al planeta Géminis, y cuánto había durado el Viaje, y los motivos de la Partida. Ellos parecieron no creerme.

Llegamos a la casa de mis anfitriones, y no sólo me recordaban perfectamente, sino que me preguntaron cómo me había ido en el Circo Raro del Profesor Berenjena. No estaban sorprendidos de verme en absoluto.

Me di cuenta de que no nos habíamos presentado con la familia francesa; no conocíamos nuestros nombres. El Padre se llamaba Alexandre Durand, la Hija era Hélène, y el Niño se llamaba Hugo Laurent. Me dijeron que el Marido se llamaba Pierre.

El matrimonio que poseía la casa de huéspedes tampoco pareció haber sido tomado por sorpresa por la aparición de los galos: ya habían preparado todo para recibirlos, incluyendo un pequeño guardarropa. Quise preguntarles si sabían lo que pasaba en el Circo Raro del Profesor Berenjena, y la que me contestó fue la señora de la casa.

 —Claro que sabemos, hijo. Te esperábamos desde bastante tiempo antes de que llegaras. Aquí en Buena Antonia nadie es inocente; aquí todos trabajamos en la limpieza de lo que la humanidad dejó atrás.

Con un gesto suave pero firme me señaló la mesa, que ya estaba dispuesta para el almuerzo. Mientras tomaba la sopa, me di cuenta de que en realidad todo en la vida se trata de eso. Todos vivimos limpiando una y otra vez lo que creímos haber dejado atrás.

 

COMO UN GUSANO

John Taylor Kaufmann (Torres del Mogador, 10889 – Antrópolis, 10983) fue uno de los íconos del llamado movimiento neoidealista de la década de 10930. En 10984, su amigo tillung Wudso Durgandau exhumó el escrito que aquí presentamos, fechado en 10912, hallado entre sus cuadernos de juventud.

Soy como un gusano social que cava galerías en el mundo de los demás, buscando belleza para que ésta se derrame desde el mundo de la fantasía.
Es que mi intención secreta –a eso nos han llevado los miserables, a que tenga que ser una intención secreta– es vivir de lo que produzco. Y lo que produzco es, o pretende ser, belleza.
Quizá sea de mala educación definirme por oposiciones, pero quiero que les quede claro.
Mi trabajo no es la ciertamente encomiable tarea de curar cuerpos o mentes. No soy un picapleitos acodado a la mesa mejor de la gran cantina del Poder. No busco el enfrentamiento entre los hombres para justificar mi vida. Tampoco soy capaz de erigir hermosas construcciones útiles; no puedo hurgar en los fenómenos de la Naturaleza, ni descubrir las claves que gobiernan el Cosmos.
El mundo ya es una ficción; un sueño pasajero, subalterno; a éste, yo y otros como yo agregamos otros mundos, acaso igualmente irreales. Tal vez mi misión sea discutible por otros más capaces e investidos de autoridad, pero esto es lo que me fue dado y en vano es negarlo. A ello me debo, y usurpar otras regiones del saber sería inconveniente, cuando no blasfemo.
Soy como un gusano buscando sin descanso la Belleza como Absoluto; no para cambiarle la vida a nadie, sino para intentar cambiar la propia, tal vez para descubrir la verdadera. Si lateralmente alguien encuentra un momento elevado o placentero en mis obras, corresponderá que mi agradecimiento sea inagotable.
Aún hoy intento liberarme de la matriz repugnante de la mera supervivencia, donde mis mejores posibilidades tienen que codearse, y aun verse trabadas, por las miserias ajenas, que siempre se dilatan con las propias. Pero “hoy”, también, es una palabra de libertad. Hoy significa que llegó el día de dar un paso, por pequeño que sea, hacia mi propio destino terrenal. Del Otro Destino se encarga, ya lo sabemos sobradamente, Él.
Soy, está dicho, como un gusano frágil que se abre paso entre la densidad de un ambiente hostil. En ese sentido, estamos de acuerdo con los poderosos, con los exitosos, con los satisfechos de sí mismos, con los carroñeros del Poder, porque ellos también me ven como un gusano, aunque en un sentido diferente: Creen que soy un gusano de su mundo, no del mío.
Por eso podría estar muy orgulloso de mi gusanidad.

Ignoro el límite al que podré llegar, pero mi ruta, aunque humana como la de todos, busca la luz, no se tienta con las sombras.

No encuentro otra manera de decir que soy escritor.



LA BALADA DEL PADRE RIDY

El 7 de Mayo de 10985 el alcalde de Didaskalia, pequeña localidad del centro oeste de la Geólide, inauguró un monumento al Padre Conan Ridy, S. J., en la plaza principal de ese pintoresco pueblo. Ridy fue uno de los Viajeros que llegaron desde la Tierra, en la lejana Vía Láctea, y también uno de los más entusiastas adherentes al Proyecto Nuevo Hogar, que en definitiva lo trajo a este planeta. Su obra religiosa nunca sufrió desmedro por su incansable dedicación a la búsqueda de nuevos caminos para que la educación de los niños, los jóvenes y los adultos menos favorecidos en cualquier aspecto de la vida, produjera seres humanos armónicamente comprometidos con la existencia propia y con la ajena. A Ridy le gustaba parafrasear a René Descartes: "Puedo elevarme sobre mis miserias, luego existo". La que sigue es la reproducción de parte uno de los tantos diarios del Padre Ridy, fechado en 10779, cuando Didaskalia apenas estaba fundada.

Enero 3 de 10779. Pensamiento

Gloria a Dios. Dios me trajo a este planeta y a este siglo.¿Quién es Dios? Zaratustra era Dios. Rama era Dios. Krishna era Dios. Buda era Dios. Jesús era Dios. Mohammed era Dios. Meher Baba era Dios. Ellos Lo eran; Ellos Lo son. Ellos son el Que es Uno y es Todos. Reflexiona, Conan, reflexiona. Medita. Tus pasos no son tuyos; son el Deseo de Aquel que Es eternamente. ¿Cuál es tu tarea aquí?
Antes de partir de la Tierra, hacía ya años que se había cernido la debacle sobre suelo sagrado, y aun ninguna de las confesiones mundiales pudieron ya contener la acumulación de poder que habían concentrado durante milenios. Y no lo usaron bien. ¿Las tinieblas se habían apoderado de la Luz? No... La respuesta es mucho más simple. El ser humano no pudo dejar su lado oscuro. Aquí, en el Nuevo Hogar, tenemos una oportunidad de regresar a la Esencia Divina, a nuestro lado mejor, al Camino que es Camino y es Vida.
Y ¿cuál es el camino que lleva al Camino? No, no es una sola ruta. Piensa, Conan, debe ser simple la respuesta. Todas las respuestas que uno necesita siempre son simples. Veamos. ¿Qué tienen en común un niño musulmán, un niño cristiano, un niño hindú, un niño zoroastriano, un niño judío, un niño budista, un niño de Meher Baba? Bueno, a todos les gustan los deportes. Pero algunos tienen problemas físicos y no pueden practicarlos. ¿Entonces? A todos les gusta jugar. Eso es. La vida es un juego, y ellos pueden aprender jugando el maravilloso juego de la vida.

Enero 5 de 10779. Para poner en práctica. Llamar al señor Stowe, de la fábrica de juguetes de Eternia. (0431) 2152-8910, de mañana.

Gloria a Dios. ¿Juego de mesa? Puede ser complicada la producción. Los reglamentos pueden tener lagunas involuntarias, aunque alguien de Toy World puede ayudar con ideas y experiencia. Tal vez un juego con naipes. Juego de naipes... ¿Como el Solitario? ¿Por qué no inventar uno que se llame Solidario? Un juego en el que los niños aprendan a compartir, y con la solidaridad, la generosidad y la bondad todos salgan ganando. Tendremos que rompernos la cabeza; tendremos que romper la vieja cabeza que trajimos de la Tierra e inventarnos una nueva. En fin, para eso hemos venido a molestar a los buenos Tillung de este planeta.

Enero 14 de 10779. Invitar a los hijos de las familias Prokow y Castillo, luego de la escuela.

Gloria a Dios. Los niños podrán enseñarnos el camino hacia el Camino. Dejad que los niños vengan a Mí, dijo el Señor Jesús. Oh, Señor, deja Tú que sean los niños quienes me ayuden a encontrar el modo de cumplir mi modesta misión, la manera de aportar mi grano de arena para cambiar el rumbo de esta humanidad anhelante.
Nikolas y Piotr Prokow, 8 y 9 años; Horacio y Sixto Castillo, 9 y 10 años. Niños sanos, inteligentes, buenos, buenamente traviesos. Llenos de amigos. Buenos creyentes. Ellos sabrán comprender lo que quiero hacer con este juego; ellos lo inventarán, no yo, que daré una idea vaga. La inventiva infantil es irreemplazable. Pedir a la hermana Elizabeth que prepare chocolate y alguna torta. Y ellos serán quienes divulguen el juego. ¿Quién necesita a los mercaderes? Será, tendrá que ser, con naipes. Cualquiera tiene naipes en la casa. Los mercaderes que hagan negocio con otra cosa.

Enero 16 de 10779. Pensamiento.

Gloria a Dios. El frío es conmovedor. La feligresía vino al templo a buscar el calor del Amor Eterno, pero también a disfrutar de los buenos leños del hogar de la parroquia. Está bien. Que vengan por lo que quieran, pero que vengan. La unión hace la fuerza; con esa fuerza podremos abrir las Puertas del Cielo y entrar todos juntos. Los Prokow y los Castillo están encantados de que sus hijos vengan a formar parte de mi experimento. Tengo que acordarme de darle al señor Castillo los manuscritos del libro nuevo para que los lleve a la editorial. Si todo sale bien, tendremos un poco más de dinero para financiar el Congreso Educativo Interreligioso. ¿Me recibirá el Rey de la Geólide?

Febrero 18 de 10779. Acción.

Gloria a Dios. ¡Gloria a Dios! No duermo desde hace tres días, pero vale la pena. El Solidario está extendiéndose sobre la faz del planeta. El rey Magnus de Antrópolis Magna tuvo a bien invitarme a visitar ese espléndido país, y también se aficionó al juego, usándolo con su pequeña corte como relajante mental. ¡Fantástico! Gracias, Dios mío. El juego se popularizará y la enseñanza podrá establecerse en los corazones de todos. La gente de Didaskalia quiere que siga dando charlas en Antrópolis sobre la bondad como base de la educación primaria. Pero mi tarea está en la Geólide. De paso, seguiré pensando que soy un pobre sacerdote y no una estrella de cine. El viaje fue demoledor. Y a los antropolitanos les gusta tanto conversar. Conferencias, radio, televisión. Grandes conversadores, grandes lectores, grandes escritores. Y grandes trasnochadores, también. Quiero dormir y no puedo. Estoy pasado de sueño y de frío. Brrr. Zzzz.

Febrero 24 de 10779. Expansión.

Gloria a Dios. Mañana otra vez el avión. El rey de Antrópolis finalmente financiará el Congreso. Veremos si se puede negociar que se haga en la Geólide. Hablar a las editoriales educativas al llegar a Antrópolis. Averiguar si tienen sucursales o representantes en Eternia. Nueva idea para nuevo libro. Veamos por el método socrático. La educación es laica. Dios es Uno, por lo tanto, la espiritualidad también debería serlo. Pero las religiones quizá han estado dividiendo la espiritualidad. ¿Cómo educar laica y espiritualmente? Desarrollemos la idea en el primer capítulo y en los siguientes pongamos ejemplos de todas las culturas conocidas. No pongamos barreras. El Amor debe estar sobre todas las cosas.

Mayo 30 de 10779. Dicha.

Gloria a Dios. Todo fue un éxito. También aquí, en la pequeña Didaskalia, donde pudimos construir casas a dieciséis familias sin hogar. El Solidario y el Congreso están dando sus primeros resultados concretos. Los cristianos y los amigos de otros credos se han reconocido como eso, justamente como amigos. Hasta los masones, los rosacruces, los teósofos, se han acercado. Todos nos hemos unido en las obras concretas, todos con el interés desinteresado de hacer el bien, porque hacer el bien es hacer el Bien Común. Parece mentira: Todos los credos que en la Tierra tenían “poder”, hoy y aquí no son más que comunidades igualadas por la modestia, pero espiritual y aun socialmente resultan más útiles al cuerpo colectivo y a los individuos que nunca en su historia. ¡Y en tan poco tiempo!

Junio 22 de 10779.

Gloria a Dios. Heridas en las manos, músculos fatigados, ojeras espléndidas, peso perdido. ¿Qué más puede pedir un siervo de Dios? Ayer terminamos la última de nueve casitas más para los pobres de Gurga. No conocía Gurga. Una zona rocosa, al Este del país, con pocos recursos naturales. Y allí se quedaron esas pobres almas, buscando vaya a saber qué paz o qué tranquilidad, lejos de los grandes centros urbanos. Pero el último invierno les recordó que el sustento diario no es solamente la paz y la tranquilidad. Las nueve familias tendrán un buen techo abrigado el invierno que viene, en las cabañas de madera que construimos, y también trabajo, gracias al taller que instaló nuestro rey Markus. Qué buen momento pasamos con el monje budista Rysang Kindronesh, el rabino Maurice Weintraub, el sheikh Omar Almanzur y yo, luego de dar el toque final a esa cabaña. No tenemos idea quiénes irán a vivir allí, pero sé que podrán escuchar por mucho tiempo los ecos de nuestras risas, de nuestras historias contadas alrededor de la improvisada mesa de té compartida a diario; seguramente los futuros dueños de ese hogar sentirán que de ser perfectos desconocidos terminamos siendo grandes amigos gracias a ellos.
Y gracias a Dios, claro está.

Julio 17 de 10779. Idea.

Gloria a Dios. ¿Será posible? Escuché en una radio de Antrópolis que el rey Magnus I quiere terminar con la Era de la Economía e inaugurar la Era de la Educación, eliminando el uso del dinero. ¿Habrá jugado demasiado al Solidario? Si lo logra, realmente este viaje intergaláctico habrá cumplido su misión. Recordar bautismo de la bebé de los Pigliani. Sería bueno escribir un libro con ideas que apoyen el proyecto de Magnus I. Será cuestión de hacerme un tiempo diario para dedicarlo a la escritura. Delegar los asuntos parroquiales no me gusta, aunque el recién llegado Padre John, siendo tan joven, parece tan competente y dedicado. No sé. Quizá no haga falta preocuparse por adelantado. Mis libros anteriores salieron solos; sospecho que abordar un tema tan complicado como la economía escapa a mi frugal entendimiento, pero sí debo reconocer que me haría muy feliz terminar con la pobreza, la injusticia, la desigualdad. Magnus de Antrópolis ya está teniendo problemas con algunas personas temerosas de perder el poder que todavía tienen, sobre todo fuera de ese noble país. Sin embargo, el monarca parece tener lo que hay que tener para no dejarse dominar.

Noviembre 6 de 10779.

Gloria a Dios. Hoy pude dar de comer a 96 niños y niñas del pueblo de Oestsu, a 30 kilómetros de Eternia. Nuestro rey Markus no pareció muy feliz cuando con su corte pasó hacia el puente que iban a inaugurar. Seguramente debe haber adivinado que es mi forma de apoyar el proyecto de Magnus I. Ambos monarcas no son enemigos, pero la idea desaforada del antropolitano ha provocado un alboroto importante en todos los gobiernos de Géminis. Todos tiemblan, salvo los pobres, los marginados, los hambrientos, los desocupados que esperaban tener un futuro mejor en este planeta. Ayer un hombre de Bistso, aldea vecina a Oestsu, me dijo que en la Tierra era un comerciante despreocupado, pero había dejado todo por venir a esta aventura. Y ahora se había convertido en casi un pordiosero. Lloraba el hombre. Lloraba con lágrimas amargas, acaso las más amargas lágrimas que puede llorar un hombre de 40 años que debe alimentar a una familia. Afortunadamente pudimos con el Padre John conseguirle un buen trabajo en Didaskalia. Este chico John es veloz para las relaciones públicas y los negocios. Quizá pueda ayudarme con mi libro. Ya es muy útil como Bolsa de Trabajo ambulante y como negociador con los proveedores. Su confesión del Domingo último me sorprendió. Es increíble que no esté trabajando en una empresa importante de Eternia, o aun de Antrópolis.

Diciembre 12 de 10779.

Gloria a Dios. No, Amado Señor, no me pidas que descanse. No envíes a Tus médicos a decirme que debo tomar reposo alguno. No, no, no. ¿Qué descanso tuvieron alguna vez Tus siervos, quienes ahora comparten la Gloria contigo? Releo lo que escribí a principios de año, el 3 de Enero. Puse todos Tus Nombres, al menos los que pude conocer. Cada vez que Te hiciste Carne, sufriste infinitamente, más allá de lo imaginable; más allá de lo meramente físico. Y Tus Siervos, Tus Apóstoles, Tus Discípulos, o Tus Mandali, tampoco conocieron el descanso. Ninguno de ellos comió más que el bocado que Tu Gracia pone en mi boca cada día. Y ellos eran felices y todo el mundo se conmovía al verlos tan felices con nada de este mundo y con todo del Tuyo. Todo el mundo se conmovía al ver en sus rostros la Victoria eterna. Así que te suplico, Señor, no hagas que resigne tiempo que tampoco es mío sino de Tu Pueblo, el de los humildes.

Diciembre 15 de 10779.

Gloria a Dios. Está bien, está bien; acataré Tu Voluntad, Amado Señor. En mi estado no puedo ser útil ni a Ti ni a mis hermanos. Afortunadamente enviaste en Tu Misericordia al Padre John, cuya muy irlandesa cabeza no es menos dinámica que su corazón, la una para las cosas del César y el otro para las de Dios. Está bien, entonces: Descansaré, comeré, dormiré. No más Brrr ni Zzzz. Eso, creo, alimentó una incipiente egolatría de la que abomino con rápida repugnancia. Soy un simple ser humano, no un superhombre, y haré sólo lo que esté a mi alcance. Prometo cuidar este cuerpo que me diste para Tu servicio. Esta generación conoció cosas increíbles: Un viaje intergaláctico de casi 9.000 años; seres extraterrestres, los simpáticos Tillung; también conoció lo que es tener una edad de cuatro dígitos, aunque la experiencia de vida apenas pase de una vida común de dos dígitos. Pero, ¿qué estoy diciendo? ¿Es que no alcanzó con la experiencia acumulada de miles de generaciones de seres humanos? ¿Es que el Hombre, a través de los siglos, ha ido contrayendo paulatinamente una creciente estupidez insalvable? No, definitivamente.
La prueba está en el proyecto de Magnus I en terminar con el dinero y la Era de la Economía. No sé si se logrará llegar a la Era de la Educación en esta generación o en la siguiente, o dentro de muchas, pero el primer paso serio está dado.
Gloria a Ti, Señor, y que eso ocurra pronto.

 

sábado, 10 de diciembre de 2011

ENGLISH (SHORT STORIES)

 
JUST LIKE A WORM

John Taylor Kaufmann (Torres del Mogador, 10889 - Anthropolis, 10983) was one of the icons of the so-called Neo-Idealist Movement of the 10930´s decade. Back in 10984, his Tillung friend Wudso Durgandaung exhumed the writing we introduce here, which was dated in 10912, and found among his notebooks of youth.

I´m just like a social worm who digs galleries in the world of others, looking for beauty for it to be spilled from the world of the fantasy.

For my secret intention (the mean ones have taken us there, that it is to be a secret intention) is to live of what I produce. And what I produce is, or it tries to be, beauty.

Probably it might be untasteful to define myself for oppositions, but I want you all to have it clear.

My work is certainly not the encomiable task of treating bodies or minds. I am not a pettifogger leaned to the best table of the great canteen of the Power. I do not look for the clash among the men in order to justify my life. I am not also capable of raising beautiful, useful buildings; I can neither poke in the phenomena of the Nature, nor discover the keys that govern the Cosmos.

This world is already a fiction; a passing, secondary dream; to this one, I and others like me add other worlds, perhaps equally unreal ones. Maybe my mission is debatable for others more capable and dressed in authority, but this is what was given to me and it´s useless to deny it. To it I owe myself, and usurping other regions of knowledge would be inconvenient, if not blasphemous.

I´m just like a worm searching Beauty without a rest; Beauty as an Absolute; not to change anybody´s life, but to try to change my own one, maybe to discover the real one. If laterally someone finds a high or pleasant moment in my works, it will correspond to my gratefulness to be inexhaustible.

Still today I try to free myself from the disgusting matrix of mere survival, where my better possibilities have to hobnob among, and even to see themselves stuck by, others´ miseries, which always are expanded by my own ones. But “today”, also, is a word of freedom. “Today” means that the day of giving a step has come, however small it may be, towards my own worldly destiny. Of that Another Destiny, He takes charge, as we already know it.

I am, it is said, just like a frail worm making its way among the density of a hostile environment. In this sense, we agree with the powerful ones, with the successful ones, with those satisfied with themselves, with the carrioners of Power, because they also see me as a worm, though in a different sense: They believe that I am a worm of their world, not of mine.

That´s why I might be very proud of my wormity.

I ignore the limit to which I will be able to come to, but my route, even though it´s human like those of everybody´s, it looks for light, and is not tempted by the dark.

I do not find another way to say that I am a writer.



THE VENUS OF LA BOCA

Aladdin Sobral was the best sculptor of the neighborhood. When I was a boy there were some in La Boca, that lovable quarter in Buenos Aires, and all of them were recognized in the country.
Aladdin, one day, got a block of Carrara's marble, and he would dedicate one entire, locked up, secret year; obsessed with his next work: Milo's Venus, but entire, with arms, with all the possible details.
The artist was working very much, and scarcely would he eat a morsel or sleep a blink. The whole day the tock tock of the mace and the chisel would be listened. Then, the equal, careful whisper of the minor tools; and ultimately, the sandpaper, and then the cloth of gloss.
The day in which he finished, covered the Venus with a clean canvas, and went for a stroll to the river, under the moonlight. It was one year since he did it last.
Back home, clearer and lucid than ever, he rose to the workshop, and discovered the Venus. She was so beautiful, so pure, so woman… He said to his creation a few welcoming words; then he whispered in her ear other tender words, and finally (anyway, he was alone) embraced her with something that he wanted to think it was only affection.
Aladdin closed his eyes and felt his heart, his old generous heart, was striking softly the Venus´ marble skin.
But he opened them with surprise, with horror, with delight, when he felt two soft hands caressing his back.
He tried to dominate his panic, so he kept himself silent; his still hands, scarcely supporting his fingers on the waist of the stone woman.
- I cannot believe it ... -he happened to say softly, trembling, with his face still on Venus's shoulder. -Do you have some explanation for this? How could you come to life?
-If I could explain it to you... No, it is not easy to do it with words, which are always so greedy. Do imagine that it was your passion what brought me to this body that you´ve just sculpted -Venus answered while she continued caressing back old Aladdin´s back, making him easy-. For one year you did not think in anything else but me; not even in the original model, but in me, when still I was a formless crag. Already in that early moment you saw me, you were guessing me, you were looking for me; after giving me a form you still continued looking for my perfection. And after it, not satisfied yet in admiring me as your own work, you saw me with an entity of my own , and because of it you gave me a beautiful welcome.
-Yes, but... You are made out of stone, and nonetheless you are alive! I can feel your breathing in your chest, I can inhale the fresh breath that exhales your mouth, I can play now with your hairs, flexible though of thin marble... As if they were real.
-They are real, Aladdin. I am real. I am a reality that you yourself created.
In the end, their eyes met and both laughed just like children after a prank. Aladdin helped Venus to go down from her pedestal and invited her to sit down. Predictably, the chair was destroyed under the weight of the living statue.
-Pardon. I should have foreseen this detail -Aladdin apologized. Venus, amused, only laughed silently.
The artist prepared a light garment for his creation with a few big linens, and both sat down on the floor. She breathed deeply and indicated that she was feeling strange while breathing. Certainly, there were many questions to do, probably too many, but both decided that it would be time enough for it. Especially those regarding of physiological questions, since after mentioning the topic of breathing, Venus felt hungry and thirsty.
Venus ate a bit of bread, a bar of chocolate and drank a bit of water. The sensation turned out to be agreeable to her, and she was grateful to Aladdin with a kiss: the first one of her life.
-It´s curious, my dear Venus. There are some persons that, it´s clear, they are of flesh and bones, but they are so wicked or so indifferent, that it is said of them that they are stoned-hearted. You were created out of stone, but you seem to have a tender heart; a sweeter and more tender one than that of many other persons.
-Perhaps my heart is nothing else that a reflex of yours, Aladdin. Do not forget that I am your work.
-In the external, Venus, in the external thing. It is true that as you were getting shape, I would felt my passion ranging between one form and another one. It is true also that in the end I felt real love for you, but until we embraced each other for the first time, I did not rely on you having an conscience of your own. Or a soul.
At 3 o´clock in the morning, the warm starry night was propitious for a walk along the Riachuelo, the creek dividing Buenos Aires City and the Province. Aladdin knew that during one Wednesday´s early morning there would be no inopportune people in the street.
Venus got astonished with the full moon and the stars, and Aladdin explained to and showed to her some things on the heavenly bodies. But knowing that the most brilliant star of the Southern sky had the same name impressed Venus a lot. Aladdin already knew that Venus was romantic-minded, thus he invited her to rise to the rooftop of his atelier to watch the dawn.
Only a few high cirruses would give notes of oranges on the indigo of the sky, when the Sun began to stretch under the horizon. Venus held Aladdin around his waist, and he did the same thing to her. Aladdin was an old seawolf, and he had lived this scene often in his life. But in this occasion it was quite different. Other women might have seen or not a dawn after a night of pleasure, but it was granted that they could have seen the dawn going to work or in a long trip. In Venus' particular case, positively this one was the very first dawn of her life for any concept. When he was bottled into these thoughts, he saw that the first Sun of the day was reflecting in the first tears of the Venus of La Boca. She only limited herself to smile to him and to say thanks, Aladdin.
Aladdin wondered then if his work would feel dream or weariness, in the same way as she had felt appetite. Also in this opportunity the artist went forward to Venus.
-Aladdin, I don´t feel well. What is happening to me? I feel that I am going out within; my head weighs and I cannot have my eyes wide open.
-Do not worry, it is only lack of sleep. Let's go down to the atelier, which is also our house. There you will be able to sleep in calm. Then you will see how good you will feel.
-To sleep? What is it?
Aladdin laughed lowly and helped Venus to get comfort. Certainly, they did not sleep hugging each other for logical reasons, but Aladdin caressed Venus very much until she began to breathe deep, slowly.
At midday both woke up and Aladdin prepared food. Venus tried it with wine and she liked both.
Days passed pleasantly, and Aladdin Sobral realized that he might never exhibit his masterpiece. It was easy to imagine the scandal, the vulgarization, the comments, if not the risk that would imply exposing Venus publicly.
It was decided that she would be known only by a few friends, people of confidence and proven reserve. Meanwhile, he taught Venus how to create a sculpture, and also to play the old piano existing in one corner of the atelier. Venus was charmed with music, and within few months she could play a couple of sonatas.
Certainly, they were living for one another. Love was growing while they were sharing their passion for sculpture, for music, for books and for red wine, for humor (Venus had a contagious laugh) and for night meetings with old friends. Aladdin continued giving lessons of sculpture and painting in the ground floor, and occasionally he would sell some work: It was enough, in that generous epoch, to live decently.
Years passed by without being felt, and one morning Aladdin thought that the mirror did not have good news for him.
He had become a really old man.

Life with Venus had been exceptionally good, and only now it was discovered that he had aged faster than his wife-sculpture. Because Venus, having physiological functions, also had a process of aging, but this one was extremely slow. She still was a young woman, whereas he already was a geronte.
Some years later, in a radiant midday Aladdin died very elderly and happy, holding one hand of his beloved Venus. To keep up appearances, a sculptor of the intimate circle of friends, Carlos Vanegas, made traverse the voice around the neighborhood that he would occupy the house-atelier of his dear friend. La Boca, a neighborhood bohemian enough, had changed within the years, and only few of the ancient neighbors would remainin, so few people was really interested about the news.
Certainly, Vanegas executed this maneuver to assure tranquility to Venus. She was desolated and didn´t know what to do with her strange life, halfway between a sculpture and a human being.
One day Venus felt that in her chest a song was vibrating, a music that she could know, a non-stop repeating melody. She tried the piano, but after hours of trying, she saw that that was not the way. In the evening, after thinking and trying to listen more carefully what was vibrating throughout all her being, she had a clear vision of what was all about. Immediately she called Vanegas and asked him to obtain for her a block of Carrara's marble. Vanegas had the necessary resources to do the purchase quickly, and after one month the marble block was raised to the atelier.
Venus had sketches and tools ready. When the laborers left, Vanegas warned her that already she could go out, and she began immediately the task.
One year later a statue, Aladdin Sobral's perfect reproduction, was ready. Venus made it having a former photography as a model, when the artist was 35 years old, an age exchangeable against her current age.
When she finished the polishing, Venus felt terror. She felt the ice of fear, by thinking that so much work and so much love she had put in the carving of the statue, could not give any result at all. She remained before the sculpture with absorbed look; then she begged Aladdin to come back to life. After a few instants, given the silence of the immobile statue, she had a nervous brakedown and cried to Aladdin not to be cruel.
With uncontrollable weeping, Venus fell down on her knees and prostrated herself before the statue, already without hope. The only thing she had within her chest was a pain that had the size of the Cosmos. The tears of stone fell to the floor of the atelier with small, modest noises.

She only rose her look when a marble hand offered her a handkerchief, lovingly.



ON THE BRIDGE

This bridge does not serve exactly to be crossed. It serves rather to come to its exact half and to rest awhile, perhaps during the twilight of the morning or that of the evening. One supports one´s elbows on the railing masonry, and looks at the flow of the broad River of Life.
One shore or the other one is almost the same thing. Those who live on one side think that the neighbors in front abjure the truth; these also abominate of the first ones.
To tackle the differences, one dawn the Bridge appeared reigning on both margins. Overnight; as well as it is read. The first discussion that the inhabitants of both shores would have was on the authorship of this prodigy: Some were accusing others of having constructed a bridge without their own express permission. When they became exhausted the hours of discussion (tiring, it´s necessary to say, since the River is broad and the communication continues to being on bare shout still today) another motive of dispute came: Let´s see who would be the brave one to come to the highest point of some of both Columns the bridge hangs from. It is true; I use to visit that place of privilege, but even I have felt dizziness the first time.
It happens that from the top of that Bridge one sees the River of the Life in all its magnitude. Indeed, the very first thing that one sees is that the inhabitants of both shores ignore that those who really live are the ones who sail in the changeable currents of that course. In spite of the perils and risks that it means. In spite of not having sometimes anything else than a fragile boat, or a canoe. It is clear that there are also those who pass with enormous sluggish ships, full of supernumerary luxuries; those who circulate with noisy engines out of hut, and even those who commanding an oceanic shyness, furrow the waters in a submarine, of which you hardly achieve to see the most modest of the periscopes.
I, here up, take delight with this vision of th Everything. But already many years have passed and I know I´ll have to leave this Bridge at some time, to be busy with assembling my own boat and with continuing my trip. From one shore and the other one, throughout time, I have known wise persons who warned me that the Bridge, though delicious, can be itself a deception, and as a third shore, it can absorb me, and leave me without navigation and without own life. It is clear that a bridge is not a place to remain. It is a place to continue.
Already it is for dawning again. From here I can see the lights of the tiny Island of the Shipyard, which is always open, by day and by night, right in the very half of the River. The Shipyard, establishment useless and despised by the sedentary inhabitants of both shores.
Right now I´m going down and walking there: I have Work to do.






THE MUSIC, THE BEAUTIFUL MUSIC

My mother, Euterpe, delight of the Olympian gods and of the mortal men, gave birth to me centuries ago; so many centuries that already it´s not worthy counting them. The name that she chose for me was Melody; nevertheless, all my sisters (so many people we are that already it´s not worthy counting us) were called the same. What differentiates us is the name that the mortal ones give to us.
That´s how I was said by Euterpe, the one of snowy arms, that when I would came to the indicated age, I would have a father among men, and that this father would give me a name of my own, different from that of my sisters. And that this man would love me as nobody else, and that he would make me known in the whole orb. Nevertheless, the creator of my days also said to me that I should look for him with determination, and once found I should inspire love in him, seduce him, conquer him, convince him that all his existence was destined for our meeting.
I was some few years old only, but I took courage and went down to the world.

I visited the loneliness of many houses, in which inspired composers were inhabiting; sensitive artists, players of every known instrument and of those who, forced by the grace, were seen in the need to create new sources of sounds. Nevertheless, in all that I would appear in their not always miserable quarters, the musicians scarcely took note of my presence and continued, taciturn and imperturbable, thinking about another some other things: mainly in reputation and glory.
I couldn´t decipher with clarity the motive of distraction in those men; Euterpe had said to me that I had born embellished with a singular beauty and that I would not be late in finding my secret name.
Rather desolate, but encouraged by the curiosity to know what happened with those disinterested souls, I followed my way. I found, as time passed by, musical monks, happy jongleurs, big masters, outstanding pupils… But none could pay attention to me sufficiently. I was feeling that already I was not that simple and innocent melody that had departed from the Olympus; already I was a music with certain complexities gained in the way, and was noticing that not always it was easy to understand.
Chronos continued his indifferent course, but he also was becoming my teacher. I remembered the words of my mother, when she would sa to me that I had to conquer the heart from that one to whom I would choose as my mortal father. So that I imposed myself the learning of another art, that of the patience, and when at last I found the luminous soul of a musician as brilliant as sensitive, simply I settled in his cabinet to observe it, simply to observe it.
It doesn´t matter what his name is, today very known. But let's suppose that he was called Henry.
It was a question of another age already, and the instruments had changed very much. The sound landscape also seemed to myself to be strange, strange and mysterious, and everything Henry would listen to, though it was agreeable to the ear, was the figure of the time I had spent looking for him. Yes, it was him; it was he who I needed to find. So many centuries of search, of thirst, of longing, they had come to an end and for long I could not articulate one single note.
Without realizing it I began to love Henry. As if I myself was the mortal one. I began to love his kindness, his sensibility, his humor, his pinch of laziness, his greatness of spirit, his wisdom, his honesty and his sense of the ethics. Also his so human many contradictions and conflicts. I did not know what was happening to me, since in my unmateriality, and in my nature of music, were impulses that I didn´t know, and by far didn´t understand.
I took the decision to confess this torment to my cousin, Harmony, who knows the art of ordering feelings. She advised me to take from Henry whatever he could give me, and make the same thing I with him. But she didnt say to me how, since I would discover that in due time. The time, again the time… I came then to another one of my cousins, Rhythm, regent of the durations. He suggested me that I should never try to hurry, that everything has an intrinsic metre which everyone must mate with.
I returned slowly to Henry's house, at night, perhaps not less confused than what was when I had left. I found him drinking, lights switched off, sat in his favorite armchair, staring at the Moon, the aged Selene of white face -silently. Only the feline purring of the refrigerator was listened, in the distant kitchen.
In a second I realized everything.

I allowed him to sleep an uncomfortable, short and insufficient dream, and the following day I received him with opened arms. The morning was radiant. Henry had a shower, had breakfast and sat down awhile at the piano, but it he couldn´t meet what he was looking for. I strained in being interwoven with his soul, though without any result. I could feel just a dark emptiness, an emptiness claiming an urgent light.
In this moment somebody knocked the door. Henry rushed to open. His look was another one; it was a look in which there was courage, hope, a certainty of imminent glory.
When the door was opened, I saw her. She was just like me, but in the flesh. I hadn´t any doubt and got in her.
- How our musician is, today? - we both asked.
- I was expecting to listen to your voice, which is the most beautiful existing melody.
It was the morning, and only in the late afternoon they dressed and had a coffee. Henry asked her to speak to him a bit, about whatever. We both obeyed punctually. While we were doing it, Henry sat down at the piano and began to find me, to decipher me, to compose me.




TO PLAY WITH FIRE

Without arcanes, without priests, without rites, both neophytes raised an altar and dropped the suitable words. At a short distance there was a silent river; from its liquid flesh the haze which defamed the oaks, the larches and the pines would sprout.
The time was the half of the night. The lunar circle was rubbing perfection.
With their white tunics, which could not delay the soft cold, the aspirants brought together in the altar an entire trunk, good logs fact of secondary branches and tinder in quantity. They added a cone of small branches and gave beginning to the ceremony.
The flames were not late in having the height of a child, then that of a man. The bonfire in that clear of the forest, the black wall of trees and the nearby river, would formed a picture crowned by the Moon and its court of bejeweled stars. The fire, which seemed to speak to them, was crackling keenly, perforating a hot cylinder in the increasingly thick haze.
Both novices sat down on the grass of the forest clear and in the look of each one there was a decision that only was confirmed for that of the other one.
Adam and Eve threw the tunics into the fire, while the Apple Tree continued burning, defeated.